Hace apenas 100 días entré en el sector eléctrico sin imaginar la magnitud de los desafíos que enfrentamos, ni lo apasionante que sería enfrentarlos. Vengo del mundo ambiental, donde los ecosistemas nos enseñan a pensar en términos de interdependencia, sostenibilidad y largo plazo. Pero al aterrizar en este sector tan técnico y normativo, descubrí un mundo en pleno movimiento, aunque no siempre al ritmo que exige el planeta.
Desde olivoENERGY he podido observar, cuestionar y aprender de cerca cómo se articula el corazón de la transición energética: una red eléctrica que necesita ser más rápida, más flexible y más alineada con los objetivos europeos. Esta reflexión no solo resume mis primeros pasos, sino también una llamada a la acción colectiva: porque la sostenibilidad ya no es una opción, sino una urgencia.


El desafío detrás de la transición: demasiado lenta para el reloj climático
Todavía no termino de asimilar la magnitud de los desafíos que enfrenta este sistema y lo lejos que estamos de afrontarlos con la urgencia que requieren. Vengo del mundo del medio ambiente. Soy ambientóloga. Acostumbrada a pensar en impactos, en sostenibilidad, en sistemas naturales que funcionan de forma interdependiente. Y al llegar a este sector (tan técnico, tan normativo y tan regulado) me encontré con una realidad que me sorprendió: el desfase entre la velocidad a la que avanza Europa y la lentitud con la que España está reaccionando.
Europa marca el camino: descarbonización, electrificación, integración de renovables, redes inteligentes… y sobre todo, el compromiso firme de alcanzar las emisiones netas cero antes de 2050. Un objetivo que no es simbólico, sino absolutamente necesario para limitar el calentamiento global y frenar la degradación de los ecosistemas. Pero alcanzar ese horizonte implica transformar de raíz la forma en la que producimos, consumimos y gestionamos la energía.
Desde mi mirada ambiental, la electrificación representa una gran oportunidad. Es la puerta de entrada a un modelo más limpio, más eficiente y flexible. Pero para que funcione, necesitamos producir energía renovable, mucha más. Necesitamos una red eléctrica preparada para recibirla, gestionarla y distribuirla de forma segura, resiliente y sostenible.
Y ahí empiezan los retos:
- La integración de energías renovables al 100% exige una red flexible, capaz de gestionar la variabilidad y la intermitencia sin comprometer la estabilidad del sistema.
- La modernización de las redes de transporte y distribución es imprescindible, pero avanza a un ritmo insuficiente frente a la velocidad del cambio climático.
- Optimización de la demanda energética mediante sistemas de almacenamiento, esenciales para equilibrar la oferta y la demanda, sigue siendo un reto tanto técnico como regulatorio.
- La digitalización, clave para convertir el sistema en una red inteligente y adaptable, todavía no ha alcanzado la escala necesaria.
- Aumento de la electrificación, clave para impulsar la competitividad de la industria, al reducir costes energéticos, mejorar la eficiencia operativa y avanzar hacia procesos más sostenibles.

El desafío de acelerar el marco regulatorio
Además de estos desafíos tecnológicos y estructurales, persiste un obstáculo igual de relevante: la desalineación normativa y regulatoria. Mientras la legislación europea impulsa una transición energética acelerada y coherente con los objetivos climáticos, la respuesta a nivel nacional continúa siendo, en muchos casos, lenta, fragmentada y con la necesidad de fomentar una visión estratégica a largo plazo.
Todo esto me hace pensar que estamos en una carrera contrarreloj. Cada año que se pierde en reformas estructurales, planificación estratégica y actualización regulatoria es un año más de emisiones que podrían haberse evitado. Es tiempo que no estamos usando para acercarnos al compromiso de neutralidad climática y competitividad económica, y que nos aleja del liderazgo europeo en sostenibilidad e innovación.
Como ambientóloga, siento una mezcla de esperanza y preocupación. Esperanza, porque la tecnología ya está disponible, el conocimiento existe y los recursos están sobre la mesa. Pero también preocupación, porque sin unos ritmos políticos claros, sin regulación ágil y sin una visión estratégica compartida, corremos el riesgo de que el discurso de las “cero emisiones netas” se quede en papel mojado.
Por ello, desde mi compromiso profesional y con la firme convicción de que la suma de acciones produce un impacto tangible, espero poder contribuir para que España esté a la altura del desafío que representa la transición energética y del nivel de ambición establecido por la Unión Europea.